La Autoexplotación existe: cuando yo soy mi peor jefe
LA AUTOEXPLOTACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL RENDIMIENTO
La autoexplotación consiste en exigirme siempre más, creyendo que soy libre de hacerlo, cuando la realidad es que no lo soy.
Es este un resumen de las ideas incluidas en el libro “La sociedad del cansancio” de Han Byung-Chul, filósofo coreano y afincado en Alemania.
LA SOCIEDAD DEL RENDIMIENTO vs LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO
Desde hace ya muchos años vivimos en la sociedad del rendimiento, donde lo importante es hacer, hacer, y luego hacer. Podríamos equiparar todo ese esfuerzo con el de la esclavitud, cuando se trabajaba de sol a sol. Al igual que los esclavos de épocas pasadas, que producían sin que nadie tuviese en cuenta ni su salud, ni su alimentación, ni sus necesidades básicas, hoy en día mucha gente produce bajo las mismas condiciones. La diferencia estriba en que las personas se creen libres, pero están igualmente encadenadas, sometidas a la autoexplotación. ¿Cuántas horas extras hacemos habitualmente sin que nadie nos lo exija? ¿Nos sentimos culpables por irnos del trabajo a nuestra hora? ¿Trabajamos luego en casa consultando el email en el móvil? ¿Tenemos doble jornada trabajando y luego ocupándonos de la familia y de la casa?
El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo. La supresión de un dominio externo no ha conducido hacia la libertad; más bien ha hecho que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se ha agudizado y convertido en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica.
¿Cómo ha conseguido la sociedad que nos autoexplotemos? A través del psicopoder, mucho más eficiente que el poder ejercido por los faraones, por cuanto vigila, controla y mueve a los hombres no desde fuera sino desde dentro. El psicopoder consigue coaccionar a la población de manera que el sujeto viva bajo el control por medio de una ilusión de libertad, bajo el imperativo de la optimización personal, impulsándose a generar continuamente más rendimiento. La mente y el alma son así el lugar de coacción para asegurar una autoexplotación por parte del sujeto.
Quien fracasa en la sociedad del rendimiento se hace responsable a sí mismo y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador. Sin embargo, en el régimen de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo.
Mientras la generación anterior vivió la sociedad disciplinaria, basada en el “deber”, la actual sociedad del rendimiento está basada en el “poder hacer”. Así, el “poder hacer” adquiere una forma más permisiva, incluso amable, adquiriendo una forma sutil y flexible que se escapa de la vista del sujeto, quien es inconsciente de su sometimiento. Este “poder hacer” busca activar, motivar y optimizar a favor de la producción, hasta llegar a la autoexplotación.
Es la sociedad del “todo es posible”, del “me gusta”, de la hipercomunicación, transparencia e información. Este sujeto, transformado en un emprendedor de sí mismo se somete bajo la idea de un tramposo libre albedrío, pero que cumple finalmente como método de coacción productivo, bajo un desbordante exitismo. El sujeto se entrega voluntariamente al entramado de dominación, siendo él mismo esclavo y capataz. Parece no existir la figura del tirano, del opreso o dictador de sociedades anteriores, entonces, ¿cómo se erige la resistencia?, ¿contra quién?
El sujeto de la época actual tiende a encontrar insuficientes o imperfectas sus realizaciones, lo que hace que su conciencia se deslice fácilmente hacia la culpa. Esta culpa podría interpretarse como un oír desviadamente la voz de la conciencia, desvío que impide que el hombre alcance un estado de serenidad, calma y satisfacción relativa consigo mismo.
La positividad del “poder hacer” es mucho más eficiente que la negatividad del “deber”. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder hacer no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. En relación con el incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad.
La violencia sistémica inherente a la sociedad de rendimiento, da origen a la ansiedad y al estrés crónico. En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo. No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión: es sujeto es al mismo tiempo verdugo y víctima.
LA PÉRDIDA DE LA CAPACIDAD CONTEMPLATIVA
Otra importante consecuencia de la sociedad del rendimiento es la pérdida de la capacidad contemplativa. El exceso de estímulos, informaciones e impulsos modifica radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa. Además, el aumento de carga de trabajo requiere una particular técnica de administración del tiempo y la atención, que a su vez repercute en la estructura de esta última. La multi-tarea no significa un progreso para la civilización. La multi-tarea no es una habilidad para la cual esté capacitado únicamente el ser humano tardomoderno de la sociedad del trabajo y la información. Se trata más bien de una regresión. En efecto, la multitarea está ampliamente extendida entre los animales salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la supervivencia en la selva.
Un animal ocupado en alimentarse ha de dedicarse, a la vez, a otras tareas. Por ejemplo, ha de mantener a sus enemigos lejos del botín. Debe tener cuidado constantemente de no ser devorado a su vez mientras se alimenta. Al mismo tiempo, tiene que vigilar su descendencia y no perder de vista a sus parejas sexuales. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la cópula. No puede sumergirse de manera contemplativa en lo que tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo.
No solamente la multitarea, sino también actividades como los juegos de ordenadores suscitan una amplia pero superficial atención, parecida al estado de la vigilancia de un animal salvaje. Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo. La preocupación por la buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una preocupación por la supervivencia.
Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo.
Si el sueño constituye el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente.
Sin relajación se pierde el “don de la escucha” y la “comunidad que escucha” desaparece. A esta se le opone diametralmente nuestra comunidad activa. “El don de la escucha” se basa justo en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual al ego hiperactivo ya no tiene acceso.
Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo.
LA VIDA DESNUDA DE SENTIDO
La desnarrativización general del mundo, la falta de sentido, refuerza la sensación de fugacidad: hace la vida desnuda. El trabajo es en sí mismo una actividad desnuda.
La sociedad de rendimiento tardomoderna nos reduce a todos a la vida desnuda, convertida en algo totalmente efímero: se reacciona justo con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción. También la actual aceleración está ligada a esa falta de Ser.
La sociedad de trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre. En esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados. Y lo particular de este último consiste en que allí se es prisionero y celador, víctima y verdugo, a la vez. Así, uno se explota a sí mismo, haciendo posible la explotación sin dominio.
Precisamente la pérdida de la capacidad contemplativa, que, y no en último término, está vinculada a la absolutización de la vida activa, es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa.
A los activos les falta habitualmente una actividad superior, en este respecto son holgazanes. Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a las más básicas leyes de la mecánica.
LA SOCIEDAD DEL DOPAJE
La sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje (psicofármacos, drogas, café…). Entretanto, el “neuro-enhancement” (neuro-mejora) reemplaza a la expresión negativa «dopaje cerebral». El dopaje en cierto modo hace posible un rendimiento sin rendimiento. Mientras tanto, incluso científicos serios argumentan que es prácticamente una irresponsabilidad no hacer uso de tales sustancias. Un cirujano que, con ayuda de nootrópicos, opere mucho más concentrado, cometerá menos errores y salvará más vidas.
Sin embargo, la mera prohibición no impide la tendencia de que ahora no solo el cuerpo, sino el ser humano en su conjunto se convierta en una «máquina de rendimiento», cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento.
El dopaje solo es una consecuencia de este desarrollo, en el que la vitalidad misma, un fenómeno altamente complejo, se reduce a la mera función y al rendimiento vitales. El reverso de este proceso estriba en que la sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivos.
LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO FRENTE A LA AUTOEXPLOTACIÓN
El exceso del aumento de rendimiento, la autoexplotación, provoca el infarto del alma. Lo que puede evitarlo es el cansancio fundamental. Un cansancio en cuanto volverse accesible. Es ese cansancio que hace posible que uno se detenga y se demore. La aminoración del Yo se manifiesta como un aumento de mundo.
El “cansancio fundamental” es cualquier cosa menos un estado de agotamiento en el que uno se sienta incapaz de hacer algo. Más bien, se considera una facultad especial. El cansancio fundamental inspira. Deja que surja el espíritu. La “inspiración del cansancio” se refiere al “no- hacer”
La inspiración del cansado dice menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar. El cansancio permite al hombre un sosiego especial, un no-hacer sosegado. No consiste en un estado en que se agoten todos los sentidos. En él despierta, más bien, una visibilidad especial
Así, Handke habla de un «cansancio despierto». Permite el acceso a una atención totalmente diferente, de formas lentas y duraderas que se sustraen de la rápida y breve hiperatención. Handke eleva el cansancio profundo incluso a una forma de salvación, esto es, a una forma de rejuvenecimiento. El cansancio devuelve el asombro al mundo.
El cansancio profundo afloja la atadura de la identidad. Las cosas brillan, relucen y vibran en sus cantos. Se vuelven más imprecisas, más permeables y acaso pierden algo en determinación. El cansancio del agotamiento incapacita para hacer algo. El cansancio que inspira es un cansancio del «no-…». También el Sabbath, que originariamente significa finalizar con, es un día del «no-…», un día libre de todo para-que. Sagrado no es, por tanto, el día del para-que, sino el del «no-…», un día en el que se hace posible el uso de lo inutilizable. Es el día del cansancio. El entre-tiempo es un tiempo sin trabajo, un tiempo de juego
Handke describe este entretiempo como un tiempo de paz. El cansancio desarma. En la larga y pausada mirada del cansado, la determinación deja paso a un sosiego.
Si la sociedad futura se opusiera a la sociedad activa, entonces la sociedad venidera podría denominarse la sociedad del cansancio, donde está permitido no-hacer y contemplar.
Octubre 2023
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